martes, 14 de octubre de 2008

LA SÍNDROME DE PERIS

Laura, Olga, Eva, Toni, Nando, y yo misma, Celia, somos un grupo de adolescentes algo curiosos y que a causa de ello, siempre terminamos con problemas.
Así pues, os voy a relatar nuestra aventura de este pasado fin de semana.
Era un sábado como cualquier otro, nuestro punto de encuentro era delante de la biblioteca, bajo el enorme roble a las diez en punto de la mañana.
Teníamos que hacer un trabajo de castellano y decidimos ir a la biblioteca del pueblo. Vimos salir a la Srta. Marga, que es la bibliotecaria. Parecía algo confusa:
-¡Marga! ¿Podemos entrar a la biblioteca?- le pregunté.
-Lo siento Celia, pero hoy estará cerrada todo el día por reformas. Iros a casa y ya nos veremos otro día.
Me giré hacia mis colegas y les dije:
-¿No os parece un poco raro que un sábado se hagan unas reformas en la biblioteca sin anunciarlo antes?
-¡Vaya! Ya estamos otra vez con tus indagaciones- dijo Toni.
-Sí sí… pero ya sabes que donde pongo el ojo…
-Además me he fijado que Marga estaba algo nerviosa. Se la veía preocupada. ¿Y por qué nos habrá dicho que nos vayamos para casa?- dijo Eva
-Bien, vosotros haced lo que queráis, pero yo no puedo irme sin investigar lo que pasa-contesté a todos ellos.
Así pues, nos fuimos todos por un callejón estrecho dónde había una ventana pequeñita que daba al despacho de Marga en la biblioteca.
Oímos una voz ruda, que decía:
-Queremos el programa de códigos de identificación de libros antiguos.
-Pero ya le he dicho que este programa es nuevo y todavía no lo tenemos- contestó Marga.
-Vamos a ver señorita, hoy estoy de muy mal humor-dijo un hombre con bigote negro y bizco –Así que entrégueme el programa o no me hago responsable de mis actos.
Entonces decidimos actuar todos juntos. Nos pintamos la cara de rojo y salimos a la parte interior de la biblioteca.
-Ay Marga, me parece que hemos cogido esta enfermedad tan extraña y contagiosa- dije yo.
-¿Quiénes son estos?-pregunto uno de bajito y gordo.
-Son mis primos- contestó Marga –Así que no se acerquen a ellos o se van a contagiar de la síndrome de Peris.
-¿El qué?- contestó el más gordo.
-Es una enfermedad que cuando estos granitos rojos se vuelven de color verde, la sangre no llega a la cabeza y entonces…- dijo Marga
Sin pensarlo un segundo salieron corriendo como el viento, y con la facha que hacían a la vuelta de la esquina los pilló la policía.
Así pues, es otra anécdota más para contar y una aventura para añadir a nuestro grupo.